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Noche

Esa noche, el cielo era una lápida de plomo. Los destellos incesantes de la luz de los relámpagos, se colaban sin permiso en esa estropeada cabaña a través de las rendijas que se abrían entre los viejos tablones, seguidos casi de inmediato por el fuerte estruendo de los truenos. El silbido agudo del viento producía una irritante melodía que lo desesperaba y el sonido de la lluvia arañando la madera hacía que su cuerpo temblara sin cesar. Cuando despertó de nuevo, había dejado de llover y se encontraba agazapado en el bosque, esperaba entre los árboles algún signo de que allí aún había alguien más a parte de él. De vez en cuando, el crujido de las ramas producido por algún animal nocturno le hacía volverse esperanzado, para descubrir, de nuevo, que allí no había nadie más. Desde lo alto un árbol, un pequeño búho observaba con curiosidad al último humano de la tierra.
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Dientes de león

Sucedió una vez, y casi por casualidad, lo recordaba perfectamente. Una mañana, jugando en el parque, una pequeña flor llamo su atención, parecía de algodón, frágil y delicada y de un blanco intenso. Su madre, le dijo que era un diente de león, la flor de los deseos . Le explicó, que debía coger aire, y soplar, soplar con todas sus fuerzas mientras pedía un deseo. Que solo se cumpliría si los estambres se desprendían de un solo soplido y, que no debía contarle a nadie jamás, el secreto que había pedido. Recordaba con cariño como de niña, le resultaba muy difícil elegir uno solo de los numerosos deseos que se agolpaban en su mente, pero casi siempre ganaba el mismo, un traje de princesa. Después quedaba lo más importante, debía hacer un esfuerzo casi descomunal para llenar los pulmones hasta su máxima capacidad y vaciar todo ese aire muy concentrada en ese pequeño objetivo que sujetaba con firmeza entre sus dedos. Desde ese día, y por muy adulta que fuera, cada vez que

Una vez en noviembre

M iró la imponente puerta de hierro que se abría ante ella invitándola a entrar. Dudó unos instantes, pues aquel lugar siempre le había despertado sentimientos encontrados. Quizás era precisamente la paz y el silencio que allí se respiraba, acostumbrada al ajetreo diario de la ciudad con sus miles de ruidos, allí, parecía haber demasiado silencio, demasiada paz. Un silencio tan denso que parecía envolverla por completo. Cuando por fin traspasó el umbral, era como si fuera la única persona en aquel lugar. Se adentró con cautela y solo parecía escucharse el eco amortiguado de sus pasos. Sin embargo, no estaba sola, la gente de su alrededor, susurraba como si temiera interrumpir el descanso eterno de los que un día entraron allí, para no salir jamás. De repente, una pequeña mariposa juguetona, captó su atención, y absorta por su belleza comenzó a seguirla. Con sus elegantes movimientos parecía danzar al son del viento. Ella, hechizada por su belleza caminaba tras ella mirándola su

Con las alas del viento...

Cierra los ojos y escucha atentamente... ¿Puedes oírlo?, el viento del exterior araña los cristales con fuerza, y mece los árboles a su antojo, haciéndolos danzar y entonar agudas melodías. Pero… ¿Es el viento el que realmente mueve a los árboles?, o… ¿Son los árboles los que lo provocan, al moverse en un intento desesperado por escapar de la tierra que los mantiene presos?, ¿Qué es consecuencia de qué? Siempre he desconfiado del viento. Es capaz de elevar casi cualquier objeto a su antojo, a veces, con la suavidad y la elegancia con la que un director de orquesta mece su batuta. Haciéndolo flotar, evadiéndolo de la realidad, y como si de una pluma se tratara, es capaz de elevarlo hasta hacerle casi, tocar el cielo, como si de repente, su peso, no fuera un factor relevante, como si de repente, todos los árboles del mundo danzaran a sus pies. Para luego, sin previo aviso, demostrarle, que ciertamente él es el director de ese espectáculo, dejándolo caer con tanta fuerza

Mi lugar en el mundo

Los primeros días fueron aterradores, cuando entre abrí los ojos por primera vez, todo estaba oscuro y el espacio a mi alrededor era tan pequeño, que apenas me podía mover. Desde lo más interno de mi ser, deseaba escapar de ese húmedo lugar. No recordaba quien era, ni como había llegado hasta allí, pero una fuerza desconocida me empujaba a no rendirme. Perdí totalmente la noción del tiempo, pasaron días, semanas o quizás meses hasta que conseguí sobrepasar la última barrera que me aislaba del mundo exterior. Cuando por fin rompí ese último obstáculo una fuerte luz me cegó. Poco a poco, mis pequeños ojos se fueron acostumbrando a la claridad y pude ver que a mí alrededor se extendía una gran llanura verde, el aire era tan puro en ese bello lugar, que respirar se convertía un placer indescriptible. Por más que lo intenté, no conseguí moverme de allí, me encontraba atada a ese lugar , pero no me importó, me resigne a mi destino y empecé a disfrutar de la suave caricia de los rayos d

Abril

Las cortinas se movían inquietas aquella mañana de domingo, parecía que abril, había empezado con fuerza. El sol brillaba en lo alto del cielo, y una brisa moderada lo acompañaba de la mano, convirtiéndose en una combinación perfecta que invitaba a salir a la calle para disfrutar de su suave caricia en la piel. Pese a todo, ella seguía en el interior de su casa junto a la ventana, reposando en aquella suerte de sillón que a fuerza de usarlo, se había acostumbrado a las formas de su cuerpo.  Ella, siempre tenía los pies fríos y encogida bajo una manta, sus ojos cerrados se movían al son de sus sueños. Sobre su regazo, descansaba aquel intenso libro que hacía apenas unos días había empezado a leer y del que le ya era imposible separarse durante los pocos ratos libres, que la vida adulta le regalaba. Siempre había imaginado a los personajes de los libros, esperando pacientes entre sus páginas a que alguien les diera la oportunidad de tomar forma en su mente y escucharles contar su

Mujeres en MAYUSCULAS

MALENA  por fin había llegado a casa, unos tacones abandonados en la entrada dejaban constancia de que por fin se había terminado el día, irónicamente al llegar a esa casa vacía tras el trabajo empezaba una nueva jornada para Malena y miles de mujeres de este país y del mundo entero. La ropa sucia se acumulaba en el cesto sin descanso, los platos de la comida que apenas tuvo tiempo de recoger seguían ahí, como burlándose de ella, insinuando que seguirían allí hasta que ella se acercara a acariciarlos con sus suaves manos para quitarles la suciedad que los cubría y tras un concienzudo baño los guardara, para instantes después, volverlos a sacar y ensuciarlos de nuevo. Una suerte de robot aspirador automático se encargaba de mantener la casa más o menos barrida y le aligeraba medianamente sus tareas. En el balcón, la ropa que dejó tenida danzaba al son del viento esperándola también.   Malena, era una mujer feliz, siempre había pensado que la mejor decisión fue quedarse soltera. Dura